No era un buen día ...


Debían ser sobre las doce del mediodía. Lo digo por el sol. Tuve que poner mi mano sobre los ojos para no dañarme con su luz.

No sabía dónde estaba. Al levantarme no había querido mirar a mi lado. Allí le dejé, desnudo entre las sábanas. No recordaba su nombre. Ni siquiera tenía claro cómo y dónde nos habíamos conocido. Recién levantada no puedo ni pensar, eso tú ya lo sabes. En eso no he cambiado nada. En casa eras la única que se levantaba serena, así que no te sorprenderá.

Miré a mi alrededor, curioseando más que nada. Tenía delante una mesa pequeña cuadrada, con un mantel de esos de hule con flores que tenía algunas quemaduras de cigarro y encima un cenicero lleno de colillas. No he dejado de fumar. Sé que te molesta el olor a tabaco. El del alcohol también, ¿verdad hermanita?

Tenía la boca seca y la cabeza parecía a punto de estallarme. Si hasta me temblaban las manos. ¿te suena ese gesto? Las metí debajo del grifo de agua fría y luego, también la cabeza, para despejarme. Hacía frío en esa cocina, vestida con camiseta y bragas, nada más. Sentía los pies helados. Debí ponerme los calcetines pero no quería despertarle.

Necesitaba un café. Algo caliente. Así que abrí y cerré muebles pero no encontré ni azúcar ni leche. Al menos conseguí poner una cafetera oxidada en el fuego. Que te cuento todo esto para que veas que estaba perdida, que no era buen momento hermanita. Que no estaba centrada. Acababa de despertarme al lado de un tipo del que no conocía ni su nombre. Y todavía sentía el calor del alcohol quemando mi garganta.

Mientras se hacía el café me dejé caer en una silla y entonces vi mi bolso en el suelo. Se habían salido los clínex y unas monedas. Busqué dentro y encendí el móvil. Tenía una llamada perdida y tus mensajes. Un porrón de ellos. Es que eres pesada hermanita. Sabes que no me gustan los móviles, no me gusta escribir mensajes, que me pierdo. Y más sin apenas dormir. ¡Pero si ni podía enfocar! “Mamá está muy grave, quiere hablar contigo” decía el primero que leí. Y el segundo: “Mamá se muere. Por favor, llama.”

Mira que te gusta tocar los huevos. Esperas al último momento para enviar un mensaje. Seguro que ni te tembló el pulso al escribirlo. ¿Qué era lo importante? ¿Quedar bien? ¿Tu conciencia? ¿La de mamá? No quiero que ahora me entiendas, nunca lo has hecho. Por eso me fui. Bueno, por eso y por lo de las palizas, las borracheras, los insultos, las broncas diarias entre las tres. Yo nunca supe estar callada. De pequeñita me echaban de clase por hablar, y mira, con los años me echaste tú de casa, ¿te acuerdas? “Yo cuidaré de ella, pero de ti tendrás que cuidar tú” me dijiste. ¿Acaso mis resacas no te conmovían tanto como las suyas? Eh, yo no te lo echo en cara, pero debes entender que después de tanto tiempo ese mensaje ya no tenía sentido. Si solitas estabais muy bien, que yo lo sé.

Y yo estaba de puta madre, no lo voy a negar. Ese día no era bueno, pero en general me iban bien las cosas. Mejor que aguantando gritos y esquivando golpes. ¿A ti no te pegaba?

¿Dónde estábamos? Ah, sí. Había más mensajes pero me parece que los borré sin querer. No pongas esa cara, te digo que fue sin querer. Supongo que era más de lo mismo.

Estaba guardando el móvil cuando empezó a salir el café y pringó toda la encimera. Salté a apagarlo. Tenías que haber visto el desastre de cocina que había. Pensé que a lo mejor con el olor él se levantaría, pero nada. Silencio. Así que me llené una taza hasta arriba. Y ¡en qué hora lo hice! Fue dar el segundo trago y sentir ganas de vomitar. Salí corriendo al pasillo buscando el baño. Me tuve que sentar un rato en el borde de la bañera. Todo me daba vueltas. Metí la cabeza entre mis piernas y me masajeé la nuca. Tú me enseñaste que así se relaja el dolor, ¿lo recuerdas? Mamá lo hacía mucho. Pero a ella no se le pasaba solo con eso.

Me puse a mirar lo que había en las repisas, era uno de esos baños típicos de tío que vive solo. El nuestro era diferente. Tres mujeres lo llenan todo de botes de champú, suavizantes, colonias y mil potingues. Mamá usaba perfumes caros. Tú la obligabas a hacerlo. La apariencia siempre fue lo más importante, no lo he olvidado hermanita.

A ver, que me pierdo. Como me sentía mejor me fui de vuelta a la cocina, pero tuve que pasar por delante de la habitación. La puerta estaba abierta. Y me asomé. Sobre la cama deshecha estaba él. Desnudo. Solo tenía cubiertas las piernas con una sábana azul. El pelo rubio y rizado. Madre mía, parecía un ángel. Era guapo. Sí, muy guapo. ¿Pablo, Lucas, Pedro ..? No conseguía acordarme de su nombre. Te lo cuento para que veas que estaba perdida y angustiada. Que no era buen día. Necesitaba reconstruir las últimas horas de mi vida. Últimamente estos vacios mentales me preocupan bastante. A mamá le pasaba. No recordaba haber tropezado en la escalera, ni cuándo me tiró aquel libro a la ceja. Decía que eso le daba miedo. A mí también hermanita, por eso era tan importante saber su nombre.

Di dos pasos dentro de la habitación. Respiraba fuerte pero no se movía. No quise despertarle. No de momento. Me quedé mirando un rato más y fui a buscar el resto de mi ropa por la casa. La encontré en el salón, tirada por el suelo. Me vestí para entrar en calor y me tumbé un rato en el sofá. Yo creo que me habría quedado dormida de no haber llamado tú y despertarme. Coño hermanita, menudo susto me pegué. Y él lo oyó. Por eso lo apagué, para no despertarle. Pero fue tarde. Ya estaba en el salón, con un pantalón de esos anchos de pintor, tan guapo. Por eso colgué. No estaba sola. Tienes que entenderlo.

Bueno, luego nos pusimos a hablar y …

- Lucía, por favor, para un momento. Contéstame una cosa, solo una y te dejo seguir con tu monólogo. Vine solamente a preguntarte algo ¿Llegaste a llamar a mamá?

- Hermanita, el tío rubio con cara de ángel se despertó, tenía que saber su nombre. Te lo acabo de decir, no era un buen día.

  Un mal día

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